Nuevos lentes para mirar el desarrollo
Sociedad

Nuevos lentes para mirar el desarrollo

Los indicadores macroeconómicos en los que se sustenta el crecimiento de un país suelen esconder números igual de relevantes que hablan de desigualdad. A través de la perspectiva del desarrollo territorial pueden revelarse las brechas sociales existentes “al interior”, tanto a nivel país como en Montevideo, el departamento más desigual del país.

Suenan canciones de fama mundial de esas que no conocés…

Luego de la crisis nacional sufrida en el año 2002, Uruguay entró en una etapa de crecimiento económico ininterrumpido. Esto posibilitó, en muchas oportunidades, una mejora en los índices de desarrollo.

Sin embargo, cuando miramos al interior del territorio se observan enormes desigualdades. Tal es así que Montevideo tiene algunas variables socioeconómicas que se podrían acercar a niveles de los países de mayor desarrollo económico, mientras que el norte del país todavía está muy lejos. Las contradicciones (o desigualdades) son más evidentes cuando constatamos que Montevideo es el departamento más desigual del país, por lo tanto es posible realizar un análisis similar al interior de este.

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####Una mirada al interior de los territorios

Vale la pena analizar el desarrollo de nuestro país a través de la perspectiva del desarrollo territorial, esto es, un enfoque que busca mirar a la interna de los territorios, en este caso a la interna de Uruguay y de los departamentos, acercándonos a las distintas localidades del país. Una mirada que se apoya únicamente en variables macroeconómicas suele ocultar desigualdades al interior, por lo tanto, suele ser un abordaje incompleto para sacar conclusiones definitivas. El enfoque del desarrollo territorial propone un especial interés por lo que ocurre entre lo micro y lo macro; entre la empresa y la actividad económica tomada en su conjunto, entre el valor que puede generar una empresa en particular y el que genera todo el país.

Por último, un interés especial por aquellos actores (sean públicos o privados) que pueden ejercer un liderazgo positivo en sus territorios y pueden provocar, sostener o animar procesos de desarrollo.

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El desarrollo territorial

Se presenta a continuación una definición que plantea una síntesis de muchos de los conceptos que distintos autores plantean desde esta perspectiva. Es necesario aclarar que el desarrollo territorial no es una teoría económica, sino una perspectiva que se apoya en distintas teorías que integran la dimensión local.

Según el Núcleo Interdisciplinario de Estudios del Desarrollo Territorial (NIEDT) de la UdelaR, el desarrollo territorial es un proceso orientado –y por lo tanto un proyecto- con el objetivo de mejorar la calidad de vida de la comunidad que habita un territorio específico.

“Mejorar la calidad de vida, como actividad liberadora, incluye la cobertura de necesidades básicas, el aumento de capacidades endógenas y la creación de valor en el territorio. Este proceso involucra transformaciones estructurales en las dimensiones política, económica, social, cultural y ambiental, pero estas transformaciones, sus características y grado, dependen del territorio específico a considerar”, se afirma desde el NIEDT.

Esto supone un profundo reconocimiento de las diferencias y de los múltiples modos de desarrollo y, por lo tanto, un abordaje ético. “Un proceso de desarrollo territorial es sustentable, equitativo e instituyente en todas las dimensiones mencionadas. Involucra, a su vez, el control democrático de los recursos y su gestión (recursos en sentido amplio, considerando recursos naturales, económicos, financieros, humanos, culturales e institucionales). Considera al conflicto como parte de cualquier proceso humano y logra gestionarlo. Incorpora innovación, pero recuperando tradiciones”, se agrega.

¿Qué hacemos con estos lentes?

En primer lugar: mirar, analizar y decidir. La política pública se ve enfrentada todo el tiempo a tomar múltiples decisiones con el objetivo de favorecer el desarrollo. Pero habitualmente, las teorías clásicas están impregnadas en nuestras mentes y simplemente manejamos las variables tradicionales como el PBI. Esto no está mal, pero sí resulta incompleto. Debemos avanzar en instrumentos que nos permitan evaluar las inversiones para que tengan un impacto en toda la sociedad y desde una perspectiva humana, tal como se desprende de la definición de desarrollo territorial.

Por ejemplo, podríamos analizar la inversión que fomenta el estado en habilitar la construcción y operaciones de la última planta de celulosa en Paso de los Toros. Una de las herramientas que se utilizan desde el enfoque del desarrollo territorial consiste en medir el impacto que tiene la inversión en 5 áreas claves del desarrollo de un territorio: hardware (infraestructura), software (recursos humanos), orgware (tejido institucional y la organización de la sociedad local y de las empresas), finware (acceso al financiamiento) y ecoware (manejo adecuado de los recursos naturales). Dicho análisis tiene el cometido de evaluar el desarrollo de una región determinada desde una perspectiva integral.

El presente enfoque propone abrir la cancha y promover agentes de desarrollo territorial. Desde esta perspectiva, es crucial que el propio liderazgo de los procesos de desarrollo parta desde los territorios. Estos pueden ser empresas, gremios, políticos locales u otros actores de la sociedad civil. Dichos agentes marcarán en gran parte el rumbo y el ritmo de las políticas públicas y accionarán hacia el gran objetivo, que puede extraviarse fácilmente desde una política nacional: que los intereses de la comunidad deben estar en primer lugar.

Es notorio que vivimos en un mundo cada vez más globalizado, el cual ha contribuido al desarrollo de la mayoría de las naciones. No obstante, este fenómeno ha formulado una multiplicidad de “recetas” a partir de una manera abstracta de plantear el territorio. Los seres humanos necesitamos construirnos en referencia a un lugar determinado, por tanto es claro que la dimensión territorial y local es y será una dimensión inherentemente humana. Compartir un proyecto común con nuestros “próximos” será una expresión de libertad y fraternidad.