La realidad está preñada de futuro
Sociedad

La realidad está preñada de futuro

Entendiendo la realidad (acontecimientos, cultura, ideas) como constructo histórico colectivo, podemos afirmar que está preñada de futuro y siempre puede dar más de sí. El papel de los cristianos no es menor, si, junto a otros, buscamos “en primer lugar el reino de Dios y su justicia”. En este artículo planteo el aporte de la Filosofía y la Teología, en particular las latinoamericanas, como miradas críticas y esperanzadoras de la realidad.

Rosa Ramos

Desde que nuestros antepasados pudieron erguir la cabeza medianamente, empezaron a ver más allá del suelo inmediato, su campo de visión se expandió y la contemplación iniciaba así su largo camino inconcluso. Los brazos se alzaron, las manos empezaron a moldear, a crear objetos útiles primero y pronto ornamentales, o con líneas “inútiles” que denotaban una novedad, ¿gusto por lo bello, autotrascendencia en rituales, valoración de la gratuidad? Todo eso, aunque sin categorías aún que lo describieran. El cerebro en simultáneo se fue desarrollando, la corteza cerebral ampliando y las conexiones multiplicando velozmente; el lenguaje y la memoria permitieron acumular aprendizajes y proyectar… ¡en esta pequeña porción del cosmos asomaba la humanidad y empezaba a tener “mundo” e “historia”, y no sólo “medio” o “entorno”!

Aunque tradicionalmente llamamos historia a la etapa que se inicia con la escritura, debe ser revisado ese concepto, de hecho, ya lo es, porque lo que llamábamos prehistoria es también historia humana, “hechura” humana. Hoy podemos tildar la división “prehistoria-historia” de colonialista e impuesta desde un saber ilustrado y eurocéntrico. Muchos pueblos no tenían escritura cuando fueron colonizados y muchos aún hoy no la tienen, pero su oralidad de larga data, que incluye cantos, rituales y diversas comprensiones de la realidad, ilustra una construcción histórica en la que fueron activos partícipes; nos revela su autoconciencia y búsquedas de vida buena. Por siglos los “occidentales” hemos despreciado y hasta ridiculizado esos saberes. ¡Que tengamos categorías de pensamiento diferentes (me pesa contradecir a Kant que tanto he admirado), no significa que no haya pensamiento! Tampoco, por ende, significa que no haya filosofía y/o teología para pensar y decir la realidad, que incluye el Misterio que somos y en el que vivimos entretejidos.

Hechas estas mínimas pero necesarias aclaraciones, que podrán ser desarrolladas en otra oportunidad, me voy a centrar en la filosofía y la teología occidentales que son las más conocidas y aceptadas en nuestros círculos intelectuales uruguayos.

Filosofía y Teología son componentes del sistema simbólico humano, como también lo son el arte en sus múltiples manifestaciones, las ciencias, las religiones -en plural-, los diversos ritos, los lenguajes. Así lo señalaba hace casi un siglo Ernest Cassirer. No obstante, también quienes se han dedicado a estas compresiones de la realidad, han pecado de hybris y han creído que Filosofía y Teología eran los saberes últimos, radicales, por tanto, superiores y casi intocables. Que no son intocables ni inmutables es obvio, porque tenemos una historia de la Filosofía y, asimismo -aunque siempre ha costado reconocer-, pluralidad de Teologías, no sólo a lo largo del tiempo, sino coexistiendo y confrontándose, aún en la Edad Media (por ejemplo: scotismo y tomismo). Por tanto, considero que Filosofía y Teología no son formas de conocimiento superiores contrapuestos y excluyentes de otras formas, sino que pueden ser aportes valiosos que contribuyan al abordaje de la realidad (y del futuro) en un contexto cultural histórico y concreto. Es más, lo pueden hacer apoyadas y en colaboración con otros saberes.

Entiendo el aporte de la Filosofía hoy (ha sido diverso en diferentes momentos históricos, espacios y contextos) como el esfuerzo racional de comprensión y análisis crítico de la realidad. Como un trabajo de desvelar (“aletheia”, que en otro tiempo hacía referencia a correr el velo y llegar a lo esencial y/o primordial) y desenmascarar las estructuras externas y los paradigmas de comprensión que condicionan al sujeto, que lo “sujetan” e inmovilizan, limitándolo en su capacidad de pensamiento y acción, condenándolo a la repetición y/o reproducción.

El pensamiento filosófico crítico tiene un poder que amenaza el status quo, que cuestiona lo establecido como obvio, natural, normal, e inmutable, y abre a alternativas nuevas para pensar y actuar en la realidad, vale decir abrir y construir futuro.

Este esfuerzo de la Filosofía por dejar de ser o identificarse con la Metafísica y abordar críticamente la realidad y el propio conocimiento de ella, tuvo -a mi juicio- un punto de inflexión a partir del siglo XX con diversos autores. Así por nombrar a algunos: José Ortega y Gasset y su crítica al idealismo, Tomas Kuhn y su planteo de los paradigmas en epistemología, Michel Foucault con su crítica a las diversas formas y relaciones de poder, Hannah Arendt y su filosofía política, partiendo del holocausto judío, Michel de Certeau que abordó problemáticas diversas como la historia, la vida cotidiana y la mística, Hans Jonas y su principio de responsabilidad que está en la base del pensamiento ecológico actual, María Zambrano y el valor de la razón poética para abordar la realidad, Martha Nussbaum con su filosofía del derecho y la política, así como su feminismo universalista, Edgard Morin y su propuesta del pensamiento complejo, Zygmunt Bauman y su crítica a la modernidad líquida… Más recientemente tenemos el abordaje crítico de Byung Chul Han, que cuestiona la sociedad del rendimiento en la que el ser humano se explota a sí mismo.

No obstante, no podemos desconocer que estos planteos críticos y muy valiosos, se ubican en “el norte”, dan cuenta, analizan los problemas del primer mundo. Sus planteos no pueden sin más ser repetidos en nuestros contextos del sur, “que también existe” y es peculiar; aquí coexisten problemas semejantes a los europeos por la cultura globalizada, pero la mayoría de las personas viven una realidad que no es líquida (Bauman) ni es fruto de un exceso de positividad (Han). Hay problemas propios del tercer mundo que nos agobian.

En este sentido, en América Latina se han destacado varios pensadores atentos a las problemáticas del sur, interpelándolas en la misma línea de una filosofía crítica y contextual, dispuesta a pensar críticamente la realidad y nuestro modo de acceder a ella. Algunos nombres: Carlos Vaz Ferreira, Arturo Ardao, Leopoldo Zea, Enrique Dussel, Ignacio Ellacuría, Esther Díaz, Diana Viñoles… En nuestro país destaco el profundo aporte de José Luis Rebellato a nivel de la ética y a la vez de la educación popular, da cuenta de ese compromiso vital del intelectual con su medio.

Esta breve nómina (de ambos hemisferios) puede ser, sin duda, ampliada o cuestionada según los enfoques y adhesiones. Personalmente me resultan interesantes estos pensadores y pensadoras precisamente porque no son exclusivamente filósofos, sino que han cultivado o cultivan otros saberes, así como por su abordaje bastante holístico de la realidad. También destaco que los autores citados no sólo pretenden o han pretendido un conocimiento teórico de los problemas contemporáneos, sino incidir sobre ellos, vale decir: transformar la realidad. En su diversidad coinciden en una visión de la filosofía crítica que cuestiona lo establecido culturalmente, que procura un futuro diferente para la humanidad, más justo en sus relaciones, respetuoso de la naturaleza y de la vida en sus diversas formas. Un futuro donde las personas puedan realmente crecer en libertad y responsabilidad en tanto crezcan en lucidez y comprensión de los sistemas construidos históricamente.

En cuanto a la Teología cristiana, “logos” (estudio, palabra, argumentos, razones) acerca de Dios, en occidente se remonta a los Padres de la Iglesia, y al esfuerzo por dar razones e inculturar la fe pospascual en los medios no judíos, grecorromanos, una vez que se expanden las comunidades cristianas. Así tenemos una intensa labor teológica que precede a cada Concilio y sus definiciones. Pero ya antes, en la elaboración de los libros del Nuevo Testamento, notamos diferentes teologías al intentar interpretar y explicar el origen, la vida, la prédica del reino de Dios, así como la muerte y resurrección de Jesús, al que llaman con distintos títulos: Hijo de Dios, Mesías, Cristo, Nuevo Moisés, Señor, Salvador, Hijo de David, Hijo del Hombre… Estos títulos y la misma estructuración de cada Evangelio, por ejemplo, ya evidencian diferentes teologías que coexistían en el siglo I.

El largo derrotero de la Teología, o más exactamente de las teologías, es bastante conocido. La influencia de Platón y Plotino, así como de los estoicos romanos en San Agustín, la de Aristóteles en Santo Tomás y tantos teólogos. Una vez que esta teología se impone -impregna varios Concilios- llega con fuerza hasta el siglo XX, si bien ya habían surgido otras comprensiones que eran toleradas o condenadas, según su suerte, por el Magisterio Eclesial. Recordemos que el Concilio Vaticano I condena toda filosofía que no sea la tomista, y arremete contra la Modernidad al punto que pocos años después, a partir de 1910, se exige el Juramento antimodernista a "todo el clero, los pastores, confesores, predicadores, superiores religiosos y profesores de filosofía y teología en seminarios". Y esto rigió hasta 1967, ya celebrado el Concilio Vaticano II (1962-1965).

Sin embargo, el Espíritu sopla con libertad, la historia no se detiene y la Modernidad llegó -pese a las condenas- al trabajo de los teólogos. Así, por ejemplo, los avances científicos en el campo de la lingüística contribuyeron mucho a enriquecer la hermenéutica bíblica con sus nuevos métodos para abordar los textos: histórico-críticos, histórico-genéticos y críticos textuales, que permiten acceder a las tradiciones que conformaron las Escrituras. Otros estudios como la historia de las formas y de los géneros literarios, son fundamentales para una comprensión del sentido original de los textos en sus contextos. Cabe subrayar que el Concilio Vaticano II, en contraste con el I, alienta el uso de estos métodos modernos fruto de las ciencias (DV 12). Por otra parte, sabemos que los textos son leídos e interpretados a partir de la realidad e inquietudes de una comunidad situada. Es en ese sentido que podemos afirmar que la Palabra de Dios es siempre actual, dice algo pertinente hoy.

El Espíritu Santo no ha dejado de suscitar y animar búsquedas y hermenéuticas más adecuadas a los tiempos, espacios, circunstancias, culturas, en un mundo y una conciencia en evolución. Afirmando que la historia tiene un estatuto teologal, que es un locus teológico, surgen las llamadas teologías contextuales que procuran decir algo sobre el Dios Vivo, significativo para hoy, desde unas coordenadas espacio-temporales concretas. Si Dios se revela en la historia (como paradigma tenemos su revelación interpretada y recogida en los textos del AT y NT), si Jesús es la plena revelación de Dios y nos invita a leer los signos de los tiempos… ¿cómo no estar atentos a ellos y desde allí hacer teología? ¿Cómo no abrirse a la novedad de ese Dios revelado y a desvelar, presente hasta el fin de los tiempos (Mt. 28, 20), pero que aún no es todo en todos? (1 Co 15, 28)

La teología se ha abierto y enriquecido en su trabajo con los valiosos los aportes de la sociología, la historia, la antropología (no sólo la filosófica sino la biológica y cultural), la psicología y hoy de la neurociencia. A su vez las teologías actuales desvelan una correlación fundamental: que lo dicho sobre Dios, implica un decir acerca de lo humano y que lo dicho, pensado, descubierto de la realidad humana, supone un decir acerca de Dios. De otro modo reaparece aquella idea de que para preguntarse por el Ser hay que preguntarse por el ser que se pregunta por el Ser. Pero con una nota nueva y fundamental: no se trata de estudiar al “Ser en sí”, sino al Trascendente diciéndose en la inmanencia de la historia. Y el ser humano no es en abstracto: existen las personas situadas, pueblos diversos con sus culturas, idiosincrasias e historias aconteciendo, construyéndose…

Dicho lo cual, parece claro, pero hay que decirlo: las teologías contextuales proceden de modo inductivo, parten de lo particular, una situación, una matriz cultural, y desde ahí buscan interpretar la voluntad salvadora de Dios, leen su Palabra, elaboran un juicio y asumen postura y compromiso con la realidad (esa preñada de futuro, que sufre dolores de parto y pide ayuda para parir).

La Teología de la Liberación nacida en este continente es un ejemplo claro de teología contextual. Concebida como momento segundo (reflexión crítica), siendo el momento primero la praxis cristiana, la acción transformadora de la realidad que se juzga -a la luz de la fe- contraria a la voluntad de Dios. Huelga decir que la TL surge en el contexto de una Latinoamérica colonizada y empobrecida, donde los distintos rostros de los pobres (ver Conferencia Episcopal Latinoamericana de Puebla), reclaman la denuncia y la acción de los cristianos.

El teólogo chileno, Jorge Costadoat, sj, en el 2021, tras varias décadas de estudio sobre la TL, recogiendo su historia, la define de este modo: “es una reflexión crítica sobre la praxis (en el más amplio de los sentidos) de cristianos y cristianas pertenecientes a colectivos humanos oprimidos, realizada por teólogos y teólogas comprometidos con su liberación que se valen de los instrumentos de conocimiento de la realidad de las ciencias sociales, y discernida en virtud de la tradición de la Iglesia”. (Theologica Xaveriana, vol 71)

En su origen, la propuesta de Gustavo Gutiérrez fue clara: dejar de mirar y copiar la teología europea y pensar desde América Latina y desde los pobres, se trata, como lo dice el título de aquel libro suyo tan emblemático de Beber en su propio pozo, 1983. Luego Jon Sobrino, por su parte, planteará su Cristología desde las “víctimas” o de los “crucificados de la historia”: “La perspectiva de las víctimas ayuda a leer los textos cristológicos y a conocer mejor a Jesucristo. Por otra parte, ese Jesucristo así conocido ayuda a conocer mejor a las víctimas y, sobre todo, a trabajar en su defensa” (La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas, 1999). Recientemente en una magistral “Panorama del itinerario de la TL”, Agenor Brighenti (en Susurros del Espíritu, publicado por Amerindia, 2023, pág 83), nos ubica recordando que una de las tareas iniciales fue liberar a la Teología de su connivencia con posiciones colonizadoras y opresoras.

El itinerario de este modo de hacer Teología tuvo sus duros momentos: las Instrucciones de la Congregación de la Doctrina de la Fe a la TL en 1984 y 1986 y los silencios impuestos a varios teólogos. Luego la Iglesia ha reconocido el aporte a la teología universal y a la Iglesia, y la TL no ha cesado de producir pensamiento y de acompañar las realidades a fin de transformarlas. Desde los orígenes han pasado más de cincuenta años, varias generaciones de teólogos y teólogas, y también han ido surgiendo nuevas miradas a partir de los sujetos que hacen teología desde sus respectivos lugares y de las prioridades epocales: Teología india, negra, feminista, ecológica, ecofeminista…

Últimamente en estos lares, ha sido acogido con mucha esperanza el reciente nombramiento del argentino Monseñor Víctor Manuel Fernández como nuevo Prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, ¡nuevos aires!. La carta del Papa Francisco al escogido es muy auspiciosa para la producción teológica, reconoce el triste papel y métodos usados en el pasado por tal Congregación, y luego afirma: “La Iglesia necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad sin que esto implique imponer un único modo de expresarla. Porque distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia. Este crecimiento armonioso preservará la doctrina cristiana más eficazmente que cualquier mecanismo de control”.

Kant decía en el siglo XVIII que Hume lo despertó de su sueño dogmático. Salvando las distancias, a mí me despertaron del mío la Filosofía y la Teología latinoamericanas, fundamentalmente por la participación en Congresos de Filosofía en la década del 90 y en los últimos veinte años en muchos Congresos Internacionales de Teología organizados por Amerindia, que me han dado la posibilidad de conocer a grandes teólogos y, de primera mano, sus búsquedas y propuestas.

El método cultivado en este continente de “ver, juzgar y actuar”, es a mi juicio, la gran contribución al parto de un futuro más humano y más cercano al sueño de Dios. Estos tres momentos van siendo enriquecidos por la experiencia y nuevos aportes culturales, así el “ver” no se interpreta como un mirar ascético y objetivo, sino que incluye el ser afectado por la realidad, en tanto somos parte de ella. El “juzgar” no es tampoco entendido como juicio apodíctico lejano sino como la luz de la Palabra de Dios que se descubre contemplando juntos la realidad para proféticamente denunciar y anunciar. El “actuar” no es una intervención que cae como un aerolito, sino que es discernida, llevada adelante comunitariamente y evaluada periódicamente, al contrastarla con nuevas miradas de la realidad. Y se ha agregado otro momento: el “celebrar”, muy propio de nuestros pueblos que sufren, pero también bailan y cantan con esperanza.

Filosofía (s) y Teología (s) tienen un papel crítico coincidente y fundamental ante la realidad compleja en este contexto histórico: violencia, suicidios, discriminaciones, pero también arte, colaboración, acogida al diferente, esa porfiada ternura de los pueblos en la solidaridad… El papel de interpretar todo eso, con las categorías racionales disponibles (Filosofía) y a la luz de la fe en Jesucristo (Teología), también incluyendo nuevos saberes y hermenéuticas que reconocemos como “sentipensar” o “corazonar”. Tienen el papel de generar, catalizar o animar el pensamiento crítico y la acción transformadora que contribuya a la defensa de la casa común, que abra futuro digno (vida buena, abundante y compartida con alegría y esperanza) para todas las personas.

Como decíamos al iniciar este aporte: la realidad está preñada de futuro y puede dar más de sí, sobre todo cuando los cristianos, junto a otros colectivos de buena voluntad, asumiéndonos parte del problema, nos comprometemos a transformarla.

Para concluir este artículo cito a la teóloga colombiana Dra. Consuelo Vélez: “La teología latinoamericana debe seguir comprometida con la trasformación de la historia y, en discernimiento constante, está llamada a denunciar este sistema injusto. Es necesario buscar todas las alternativas posibles para “incluir” a los más desfavorecidos. No podemos situarnos fuera de esta realidad social y mucho menos caer en la tentación de no ver ninguna salida o de renunciar al sueño de “otro mundo posible”. La autora tiene numerosos libros y cientos de artículos publicados, este en la Revista Theologica Xaveriana 153, no es reciente, sí muy vigente y coincidente con Susurros del Espíritu.