Búsquedas indispensables en tiempos deshonrados
Foto: Matías Lozano
Sociedad

Búsquedas indispensables en tiempos deshonrados

Mientras algunas coordenadas de época que ponen en jaque la vida colectiva y compartida, también es necesario reconocer la creciente necesidad de desarrollar un trabajo de comprensión que trascienda la opacidad y fragmentación con la que hoy se presenta la vida social y contribuya a interpelar el estado de cosas existentes al tiempo que ilumine estrategias de resistencia, interrupción y transformación de lo establecido.

a casi culminaba el siglo XX cuando Jacques Derrida recuperaba distintas traducciones del verso de Shakespeare, en el que Hamlet afirmaba que «la época está deshonrada», o «los tiempos están trastornados» o incluso «el tiempo ha salido de sus goznes», para caracterizar la expresión de un clima de época que traduce una crisis estructural y civilizatoria. También Michel Autès- en los debates referidos a los procesos de exclusión social - optaba por la definición de «deshonra», insistiendo así en el «deshonor de una sociedad que ya no logra afrontar cierta cantidad de responsabilidades».

El proceso de reestructuración capitalista globalizada iniciado en el último cuarto del siglo XX no solo modificó las condiciones en las que se desenvuelven los procesos productivos y las directrices que orientan la regulación socio-estatal, sino que además no dejó ningún aspecto de la vida social ajeno a múltiples y crecientes mutaciones. Lo que resulta evidente de señalar es que la radical desregulación del capital a escala planetaria, no trajo consigo mayores niveles de bienestar colectivo, sino que agravó las desigualdades y la precarización social, condenando al desempleo y la desprotección a enormes sectores de la población mundial, cuya existencia es sinónimo de incertidumbre, falta de horizontes y rechazo social cada vez más contundente. El mundo, en esta época «deshonrada», se convirtió en un lugar donde la lucha se volvió «primitiva e individual» y la interrogante sobre el sentido de la existencia colectiva y compartida, no parece arribar a sólidas y convincentes respuestas.

"La radical desregulación del capital a escala planetaria no trajo consigo mayores niveles de bienestar colectivo, sino que agravó las desigualdades y la precarización social"

Loïc Wacquant identifica un estrecho vínculo entre, por un lado, el ascendente proyecto ideológico neoliberal y una práctica de gobierno que exige obediencia al «libre mercado» y preconiza la «responsabilidad individual», y por otro, el desarrollo de políticas punitivas dirigidas a la pequeña delincuencia y a los grupos sociales desplazados a los márgenes de una vida social crecientemente desigual. Desde su perspectiva, enfrentar el problema de la delincuencia y todo «comportamiento incívico» ha promovido la proliferación de leyes e innovaciones institucionales que no solo han ampliado las instalaciones carcelarias, sino que han multiplicado los centros de internamiento para grupos específicos. Este énfasis punitivo, se expresa mediante un discurso alarmista sobre la «inseguridad», que propone soluciones tan enérgicas como simplistas y cuyo fracaso se augura de antemano. Desde esta perspectiva, se promueve una extensión de la acción policial, un endurecimiento y aceleración de los procesos judiciales y como resultado, se alcanza un aumento explosivo de la población privada de libertad. Este accionar, se inscribe, según Wacquant en una transformación triple del Estado que contribuye a acelerar y confundir a la vez la retracción de su «pecho social» y la expansión masiva de su «puño penal», en paralelo a la amputación de su «brazo económico». Esta transformación, caracterizada por derivas disciplinantes, patologizantes y criminalizadoras. No solo es la respuesta de las élites políticas ante las mutaciones del trabajo asalariado y sus brutales efectos sobre quienes se encuentran en las peores condiciones de la estructura social, sino que, como advierte Wacquant, las políticas punitivas actuales son objeto de un «consenso político sin precedentes» y gozan de un enorme apoyo público que traspasa las clases sociales.

En suma, la criminalización y prisionización de la pobreza, con énfasis en la población masculina y juvenil, el policiamiento de los espacios públicos, la patologización de ciertas prácticas sociales, la generalización de la inseguridad salarial y social y la expulsión hacia los márgenes urbanos que impacta mayormente en niños, niñas, adolescentes y mujeres y excluye del mundo del trabajo a varones jóvenes y con bajos niveles de formación, las prácticas de exclusión que impone el mercado y la minimización del Estado social, entre otros elementos, se articulan y dan fundamento a una perspectiva punitivista creciente que parece dominar la actual contingencia histórica a escala mundial.

Paradoja de estos tiempos, aunque no privativos de ellos: los que «más sufren las violencias son percibidos como los promotores de sus peores versiones», sintetiza Luis Eduardo Morás para dar cuenta de un universo poblacional, sometido, al mismo tiempo, a crueles condiciones de existencia y múltiples regulaciones socio penales en ascenso. Generalmente asociada a datos estadísticos, porcentajes, guarismos o modos de medición - que no son cándidas producciones intelectuales, como le gustaba recordar a Eduardo Bustelo, sino condiciones reales de existencia en la que transcurre la vida de muchos, la pobreza y el sufrimiento que ella conlleva, es una dimensión poco enunciada, cuando no ignorada, y recuerda, que «salvar el cuerpo» no alcanza para garantizar la vida ni para asegurar un lugar de pleno derecho en el vínculo social.

Insistir en comprender

¿Cómo entender las «deshonras» de época? ¿Cómo se produce y reproduce cotidianamente la sociedad que habitamos? ¿Cómo Identificar la sucesión de hechos y procesos que nos han traído hasta aquí? ¿Cómo Intentar desentrañar y comprender este tiempo de penumbras, confusiones y pérdidas de referencias, que dispensan perplejidades, desencantos e indiferencias, pero también resistencias y búsquedas afanosas para ver y dar sentido al tiempo que habitamos? Reconocer la realidad significa algo más que conocerla, afirma Hugo Zemelman: «exige una forma de asombro que obliga a ocupar un umbral, a partir del cual se puede mirar, no solamente para contemplar sino también para actuar». Por ello, en su perspectiva, la utopía, supone, fundamentalmente, tensionar al máximo, el presente, para hacer que algo devenga otra cosa en la vida social. La búsqueda de producción de conocimiento que aporte en la consideración de alternativas posibles a los desplazamientos sistemáticos de los derechos de ciudadanía, y a las estrategias punitivistas en acenso, constituye una cuestión de exigencia académica, pero también, un requerimiento ético y político insoslayable.

En este sentido, cabe interrogarse acerca de los caminos a emprender para contribuir a develar estas coordenadas de época que se manifiestan tan desbastadoras como opacas y paradójicas, en tanto, como observan Verónica Filardo y Denis Merklen, en el mundo de hoy, no parecerían existir relaciones sociales ni políticas, solo hechos aislados, inconexos y apolíticos; incluso, agregan, así llega a pensarse la pobreza: «como si la suerte de los pobres no estuviese ligada a la de los ricos». En esta encrucijada – de posibilidad y de contingencia –comprender e interpelar la tendencia hacia la barbarie advertida tempranamente por Eric Hobsbawm (2004), requiere recorrer caminos teóricos imprescindibles que permitan deslindar lo relevante de lo prescindente, lo importante del ruido de fondo y las novedades de las permanencias o recurrencias históricas. Tarea ardua en contextos de saberes abreviados y superficialidades analíticas, que tal como afirma Zygmunt Bauman, optan más por el arte de navegar sobre las olas – surfear- que por el de sondear en las profundidades. De esta manera se entra y se sale de los temas a desentrañar con facilidad y celeridad en un marco de incesante bombardeo de información que parecen activar un zapping permanente de datos y hechos inconexos que se suceden al unísono. Definitivamente «la cultura líquida» no es una cultura de conocimientos y acumulación, sino de discontinuidad, fragmentación y olvido.

«Vivimos una época marcada por la velocidad » y esta breve afirmación sintetiza el ritmo incesante y exacerbado por las revoluciones tecnológicas contemporáneas que vienen otorgando dispersión, simultaneidad y superficialidad a las múltiples formas de experimentar la existencia. Al mismo tiempo, convivimos con una explosión de información que satura los medios de comunicación, creando una sensación de vértigo social que se irradia sobre todos y todas en la vida social, al tiempo que resulta disminuida la capacidad de los sujetos para encontrar significado a los mensajes que reciben. El efecto del «exceso de la información en la sociedad de la información» se hace visible cuando ya no es posible recabar fragmentos de esa verdadera cascada de signos descontextualizados y carentes de conexión unos con otros que se reciben, y transformarlos en un mensaje significativo. En este sentido, la época de la «instantaneidad», es desde la perspectiva de Zygmunt Bauman, un presente coronado por el síndrome de la impaciencia en el que no hay cabida ni tolerancia a «perder el tiempo». Así, toda demora, dilación o espera a la búsqueda de gratificación instantánea se ha transformado en un hecho unánimemente abominable e injustificable.

Se hace necesario tener tiempo – «perder el tiempo»- para formular las preguntas que posibiliten recuperar lo relevante y deslindar lo accesorio.

Contrariamente a esta tendencia que privilegia lo inmediato y superficial, se hace necesario tener tiempo – «perder el tiempo»- para formular las preguntas que posibiliten recuperar lo relevante y deslindar lo accesorio, en un proceso de trabajo forzosamente colectivo que haga del saber, de la necesidad de saber, un acto de transgresión acerca de las explicaciones existentes o las opacidades en curso. Para ello, bien se podría acordar en la observación de Theodor Adorno, cuando hace referencia a que la última posibilidad del pensamiento está en «mirar lejos», «aborrecer la banalidad» y buscar «lo aún no captado por el esquema conceptual vigente». Esta es una tarea de responsabilidad imprescindible para sostener una radical oposición a naturalizar y perpetuar la categoría de los «sacrificables» en tiempos «deshonrados».

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