El poder es con todos
Política

El poder es con todos

La estampa delgada y sencilla de Arturo Bentancor, coronada por un pelo lacio blanquísimo, le da un aire de militante o referente barrial. Esto se refuerza al percibir su figura algo encorvada y una voz tranquila que te va envolviendo en anécdotas que se entrelazan cálidamente, a medida que menciona nombres y recuerda vecinos. Pero la imagen se transforma cuando, de repente, empieza a hablar de software.

Redacción Utopía

“Yo trabajé más de 20 años con GeneXus, soy amigo de Nicolás Jodal. Incluso me dieron una placa de reconocimiento que decía: ‘evangelizador del interior’, porque andaba recorriendo el país con ellos”, dice.

Pronto se descubre que el actual alcalde de Juan Lacaze es una figura multifacética. Parece que tiene varias vidas: estudiante de arquitectura, obrero de Campomar y Fanapel, futbolista, entrenador de fútbol infantil, desarrollador de software, tesorero de una mutualista, presidente de una biblioteca, emprendedor... Incluso se inventó un proyecto que conecta a la Facultad de Arquitectura con la Embajada de Japón para hacer “baños de bosque” en Juan Lacaze.

“Si yo estoy en política es porque soy un facilitador social. A mí me gusta solucionar las cosas y buscarle la vuelta”, agrega.

De visita por la ciudad coloniense, Revista Utopía conversó con Bentancor sobre sus inicios en el Partido Demócrata Cristiano (PDC), la persecución ideológica en dictadura, la actualidad lacazina y su visión sobre el desarrollo basado en la economía del conocimiento.

En eso estábamos hasta que Iván González, secretario del Alcalde y parte de una generación de jóvenes militantes que integran el entorno de Arturo, mete la cuchara: “Creo que hay una parte importante de la historia política de Arturo que viene de más atrás, que es la época del fútbol infantil”. Así nos mostraba Iván la punta de la madeja.

¿Cómo se conecta el fútbol infantil con la política?

Principalmente por la parte humana y relacional. Por 1990, mis hijos empiezan el fútbol infantil en el club Escuela Industrial, que era de los Salesianos. Como yo había jugado al fútbol, me pidieron que diera una mano dirigiendo. Justo venía un alemán a dar un curso de director técnico. Hice el curso, me encantó y me metí: estuve 20 años.

También dirigí la selección de Juan Lacaze. En el último campeonato, estaba con un grupo de gurises que los había tenido durante 6 años. Se jugaba de 7 y yo cité a 17. Entonces un padre me dice: “¿Cómo vas a hacer para ponerlos a todos?”. “No sé”, respondí, “pero todos estos gurises estuvieron en el proceso y este es el último año que van a jugar. No sé como haré, los rotaré”. Lo convencí y perdimos la final con Colonia. Pero el mayor orgullo mío es que hoy los 17 son todos amigos, aunque sean de distintos cuadros.

Esa visión de proceso y de lo humano ¿cómo puede aplicarse a una alcaldía?

Para mí el desarrollo tiene que estar directamente relacionado con las personas. No tiene sentido pensar en que una empresa venga de afuera a invertir si no sabés cuál es el propósito. McNiff decía que, desde los hombres de cromañón hasta los de ahora, las necesidades son las mismas, pero los satisfactores de esas necesidades cambian con la cultura. Yo siempre pensé en buscar y encontrar cosas que las vayamos haciendo juntos con la gente. Una frase de Winston Churchill dice que nosotros hacemos las ciudades, pero las ciudades nos conforman a nosotros. Ese es mi desvelo.

¿Y qué caminos tienen sentido transitar?

Cuando miro para el costado y veo cómo progresan países chicos como nosotros, creo que la clave está en la economía del conocimiento. Nosotros no vamos a llegar vendiendo vacas, porque los precios los manejan desde afuera. Acá logramos que haya una oficina de GeneXus, con quienes trabajé por más de 20 años desarrollando software. Y hoy tenemos gurisas acá en el departamento que están trabajando para Silicon Valley.

También me imagino una interrelación entre la extensión universitaria y el ámbito productivo. Por ejemplo, que vengan de la facultad de química a investigar con los residuos de la industria del cáñamo. O como hemos hecho, conectar emprendimientos de embarcaciones eléctricas, como tenemos en Juan Lacaze, con pasantías de la Universidad Tecnológica (UTEC).

¿Y pensando a futuro a nivel estratégico?

Nosotros acá somos 5 municipios: Juan Lacaze, Rosario, Nueva Helvecia, Colonia Valdense y La Paz. Mi hijo más chico estudia veterinaria en Montevideo y le lleva el mismo tiempo ir de su casa a la facultad, que el que me lleva a mí ir a Nueva Helvecia. Esto podría ser una ciudad conformada por los 5 municipios, produciendo nuestra propia fruta y verdura dentro de ese territorio. Como una gran ciudad con espacios rurales.

Y que nos complementemos. Ahora mi pelea es por la universidad. Al rector Rodrigo Arim le pasé un proyecto para traer un Centro Universitarios Regionales (CENUR) a Juan Lacaze. Me dijo que estaba abierto a eso, pero que llevaría tiempo, porque hay que estudiarlo y convencer a profesores de calidad para que se queden en la ciudad y generen derrame. Ya está definido que van a ponerlos en Colonia y Mercedes, pero aún no han conseguido lugar.

Nosotros tenemos un lugar espectacular en el complejo salesiano, pero es difícil convencerlos. No quieren innovar porque nos dicen que no tenemos transporte y otras cosas. Y yo digo: “¿Qué querés, una macro cabeza como Salto y las demás? Distribuilo, muchacho. Descentralizá la descentralización”. Y es como el huevo o la gallina: si los estudiantes empiezan a venir, los ómnibus tendrán que venir también.

¿Y la gente se prende a estos proyectos que tratás de impulsar?

Hay muchas visiones. Hay gente que quiere, que está dispuesta y ofrece su ayuda. Pero otros tienen esa actitud de Fido Dido: “Hacé la tuya”. Te dicen: “Esto no vuelve nunca a ser como antes”. Si me preguntás lo fundamental que hay que construir, yo te diría que no lo podrías ver, porque no sería físico. Para mí, es lograr el involucramiento: que la gente se apropie de su destino y que lo pensemos juntos. Y sé que no va a ser desde un solo lado, hay que encontrar distintas formas.

Por ejemplo, en el convenio que hicimos con la Facultad de Arquitectura para la forestación urbana, yo quiero que haya una aspecto técnico atrás, pero en realidad me preocupa cómo va a seguir la movilidad en la ciudad. La mayoría de los reclamos para retirar árboles llega porque a los vecinos se les rompe la vereda. Entonces quiero que veamos qué árboles ponemos, con la metodología de la universidad pero para desarrollarlo con la gente. Lo que sale más caro son los talleres que tendremos con la gente, que en realidad son una excusa para que aprendamos a discutir. En este tipo de proyecto, la condición es que lo resuelva la gente. Y todos quedan funcionando: no ha fallado uno.

¿Por ejemplo?

Hay muchos: poner una parada, aumentar la cantidad de contenedores, hacer un parquecito… Siempre tratamos de que estén involucrados y se apropien. En el espacio deportivo del Barrio Charrúa, un día fuimos a limpiar porque había víboras. Entonces un concejal dice: “Vamos a hacer un estacionamiento”. Quedaba medio lejos de la playa. Cuando estaba el capataz limpiando, pasa un muchacho: “¡Loco, qué bueno! Pongan dos palitos y hacemos una cancha de voleibol”. Se la hicimos para el fin de semana. Cuando fuimos a ver, habían 46 personas jugando y me aplaudieron. Pero los que estaban afuera me dijeron: “¿Por qué no aprovechás esta parte y haces otra cancha? Los que estamos afuera no jugamos nunca”. También la hicimos y como es en conjunto, la gente cuida las cosas.

Estás trabajando con la Facultad de Arquitectura, donde no pudiste seguir estudiando porque te lo impidió la dictadura. ¿Tenés nostalgia de aquella época?

Sí, pero eso pasa cuando te ponés viejo. Alrededor del 1971 fue la mejor época de mi vida, teníamos una mística… La utopía que yo tenía en el 71 era esto: tener un gobierno local donde participar con la gente. Y yo a los gurises jóvenes con los que trabajo y discuto todos los días les digo: “Cada uno de ustedes me supera en algo”. Yo aprendí en la vida que el poder es entre todos, porque todos tenemos defectos. A Laura, por ejemplo, yo le decía: “Vos sos mi jefe. Vos sos mi líder”.

Mencionaste la mística, algo que muchas veces es subestimado, pero que en el humanismo cristiano es central. ¿Cómo dialoga con la política y qué tan presente la tenés vos?

Para mí es el 90%. Fue algo que mamé desde muy chico e incluso me hizo inclinarme hacia el PDC cuando el marxismo era algo muy grande. Conversando con marxistas, yo les decía: “Pensá en las cosas que dijo Cristo. Era un comunista”. Mi empatía con los demás me lo generó esa mística y esa fe, fueron mis cimientos y sobre ellos puse los ladrillos. Hoy, cada decisión que tomo, cuanto más jodida es, más pienso en mis raíces. Si hay algo que me hiere mucho, nunca trato de contestar, trato de pensarlo mejor. Sin esa base, no sería quien soy. Creo que es lo que me da capacidad de delegar y tener empatía. Y tengo una regla no dicha que siempre la pienso y la aplico con los vecinos: ¿cómo me gustaría que me trataran a mí en un caso como el que me están planteando?

Y veo que cuando rascás en el ser humano, la persona que está más individual, está tensa, como que está luchando. Sin embargo, cuando se ponen a trabajar en conjunto, se aflojan. Entonces ves que el ser humano es así: la construcción es entre todos y es plural. Y tiene que haber conflicto. El tema es cómo los resolvés.